sábado, 15 de mayo de 2010

NOSTALGIAS

Tardábamos dos días en llegar allá. En el camino, diciendo cuentos de aparecidos, las horas transcurrían velozmente. Desde los desfiladeros, la hacienda parecía, con las calaminas de sus techos, una pequeña moneda de plata; y abajo, muy hondo, el río se retorcía entre la tierra salpicada de soberbias manchas verdes. Un instintivo estremecimiento nos hacía disminuir la marcha de los caballos, y éstos, comprendiendo la mágica y maligna voz del abismo, tanteaban bien en donde asentaban el casco.

Las ruinas nos saludaban con pétreas voces. Mientras ascendíamos una escarpada cuesta, innúmeros ojos de viento entre los muros viejos nos miraban. ¡Oh, qué fuerza misteriosa nos unía con aquellas soledosas ruinas!

En tres cerros, como testas de tres caciques, toda la ciudadela conservaba su fisonomía envejecida y triste. Y desde allí recibíamos el saludo de una cooperativa de cerros en fiesta multicolor de mediodía.

Piedras. Soledad centenaria. Abismo cuajado de misterio. Sinfonía de vientos rebeldes como sus antiguos pobladores…. ¡Qué amor voraginoso e instintivo nos hacía correr sobre aquellos muros!, ¡qué inconsciente y enraizada alegría nos unía con el tiempo y con aquellos que habitaron allí!
No éramos ya niños: éramos águilas, cóndores, aves sin límites. No contemplábamos ya la hacienda: nuestros pechos latían con anhelo inútil de unión definitiva hacia aquella soledad derruida.

(Hoy, cuando las ruinas del odio acechan como serpientes nuestras vidas, con lágrimas tomo entre los dedos de mi amor los recuerdos de mi niñez ingenua y los paseo en una temblorosa procesión de piedras, de abismos y de alas…).

EL PRIMER POEMA
Miro a mi madre: arrugada, encanecida, madura de dolor y de vida; total de martirio y de entrega. Recuerdo sus manos apretando la mía, llevándome por aquellos caminos, por aquel bosque, por aquellas pampas.

Sí. Es claro el recuerdo. Mi madre, maestra. De la mano. No camines tan rápido, que me pierdo, espera… Sí, sí, te escucho: “Madre, tu carta he recibido y he llorado sobre ella tanto y tanto, que los renglones han desaparecido bajo las turbias gotas de mi llanto”. Sí. Todo es claro. Mamá, recuerdas ese poema, ¿verdad? Te miro. “Tu carta he recibido… he recibido”… Sí, lo repito: “he recibido… y he llorado sobre ella tanto y tanto”. ¡Tanto! Esos bosques, esas pampas, tu mano tibia. ¡No camines tan rápido, no me dejes! ¿Te ríes porque lloré? ¡Qué tonto eres, hijo, si sólo es un poema! ¡Ah!, ¿nada más que un poema era?

¡He llorado tanto y tanto! ¡Qué risa!

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