domingo, 7 de marzo de 2010

EL AMOR DE BAYLY

John Maynard Keynes dijo en una oportunidad que «las ideas de los economistas y de los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree». Y agregaba: «aquellos que se consideran exentos de cualquier influencia intelectual, usualmente son esclavos del pensamiento de algún economista difunto». Obviamente, Keynes se refería a los hombres prácticos, a los que suponen, con risible pretensión e ignara soberbia, estar inmunes a cualquier idea que no proceda de su vulgar pragmatismo.

Cito al renombrado economista, a propósito de Jaime Bayly, quien, en el artículo “La perpetua agonía”, escribió: “Los nacionalistas dicen que aman al Perú. Yo no amo al Perú. Me encantaría, pero no puedo. El Perú son millones de personas. No puedo amar a tanta gente. No soy tan amoroso. No me alcanza el amor. No puedo amar a gente que no conozco. Ni siquiera puedo amar a mucha gente que conozco. Si no consigo amar a mis padres, no sé cómo podría amar a todos los peruanos. Es demasiado. Yo amo a mis hijas, pero no al Perú. No puedo amar a tanta gente. No puedo amar a un país entero”.
Por su parte, años antes, Friedrich Hayek, padre teórico del neoliberalismo, había afirmado: "El altruismo general es, sin embargo, una concepción carente de sentido. Nadie puede cuidar eficazmente de los extraños. Las responsabilidades que podemos asumir deben ser siempre particulares y pueden referirse sólo a aquellos de quienes conocemos hechos concretos y a quienes o la elección o ciertas condiciones especiales han unido a nosotros.” Agregando que aun cuando podamos sentir preocupación por la suerte de nuestros vecinos familiares, no podemos experimentar lo mismo hacia los millones de desgraciados cuya existencia en el mundo conocemos pero cuyas circunstancias individuales desconocemos, y que “por mucho que nos conmueva el relato de su miseria, es imposible que el abstracto conocimiento de esa sociedad doliente guíe nuestra acción diaria. "
“No puedo amar a gente que no conozco”, afirma Bayly, como si expresara una verdad nueva, escandalosa, provocadora. ¿Habrá leído a Hayek? ¿Se habrá percatado que su discurso está copiado casi al pie de la letra de la doctrina del cínico economista austriaco? ¿Será consciente que su pensamiento neoliberal es absolutamente anticristiano?
Cuando Cristo dijo: «Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el camino», ¿los conocía a todos? Cuando Teresa de Calcuta se fue a servir a los más pobres entre los pobres, ¿los conocía, eran sus hijos o hijas, su padre, sus hermanos o su madre? Cuando el hombre más preclaro de la historia belga, el padre Damián de Molokai, se fue a vivir entre los leprosos, ¿conocía a esos extraños e infelices purulentos? Cuando Mandela pasó 27 años en la cárcel y luego ya libre siguió luchando por su pueblo, ¿los conocía personalmente a todos? ¿Amaba a esos millones de pobres y desgraciados ciudadanos del apartheid? ¿Y el Che? ¿Y Bolívar? ¿Y Túpac Amaru? ¿Y Martin Luther King? ¿Y Gandhi? ¿Y todos los que han dado su tiempo, su trabajo, su amor y su vida por aquellos que no conocían y que no eran sus hijos y ni siquiera eran sus parientes más cercanos?
Bayly tiene una paupérrima concepción del amor. Sería bueno que vuelva a leer “El arte de amar” de Erich Fromm, porque, si sólo puede amar a sus hijas, y apenas a sus padres, y tal vez a Keiko y al delincuente Fujimori, ¿por qué y para qué quiere ser presidente?

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