domingo, 28 de febrero de 2010

EL LARGO PLAZO


En economía se considera el corto, mediano y largo plazo. Cualquier manual o diccionario económico nos define con cierta precisión el lapso que comprende cada una de estas periodizaciones. El corto plazo es el lapso en que las instalaciones o la estructura productiva de las empresas no se pueden modificar, lo que sí sucede en el largo plazo. En realidad las diferencias entre corto, mediano y largo plazo, en lo que respecta al tiempo que incluye cada uno, depende del tipo de análisis económico que se pretenda efectuar. Se suele considerar corto plazo menos de 1 año y largo, más de 5.


En cuanto al desarrollo y la eliminación de la pobreza, el problema se da en ese más del largo plazo, periodo de nunca acabar, fecha fantasmal, fetiche, mítica, inalcanzable. Es como esas montañas cubiertas por nubes: llegas a determinada altura, pero allí está otra, y otra, y el alpinista no sabe cuándo ni cómo alcanzará la definitiva cima.


Pero claro, el escalador logra, al fin, alcanzar la cumbre, pero el famoso largo plazo no tiene plazo ni término. Pueden ser 20, 30 ó 50 años. Un ministro boliviano de la época neoliberal dijo que después de 50 años Bolivia podría pensar en el desarrollo. Y el ministro fujimorista Baca Campodónico dijo, en su momento, que habría que pensar en un periodo de por lo menos 20 años para iniciar el desarrollo del país. Es decir, para los neoliberales enunciar fechas, plazos o periodos es un ejercicio cínico e irresponsable, en donde los seres humanos de carne y hueso no cuentan, y los pobres se convierten en un número, en una fría cifra estadística.


Sobre el corto y el largo plazo, el Banco Mundial afirmó impúdicamente: "a largo plazo los pobres se beneficiarán con el restablecimiento del crecimiento continuo que origina un ajuste exitoso (...) Pero a pesar del efecto del ajuste estructural en los pobres como grupo, siempre habrá algunas personas que resulten afectadas por políticas de ajuste y sus efectos a corto plazo”.


Ese lenguaje equívoco, eufemístico e hipócrita pretende ocultar los millones de víctimas en los países donde se aplicaron las políticas de ajuste estructural. La lógica sacrificial, sustentada en una moral de cálculo de vidas, ha guiado –y aún guía- las políticas económicas de varios países de América Latina, como es el caso de Colombia y Perú. ¿No dice nuestro satisfecho presidente que se ha reducido la pobreza en un determinado porcentaje? Pero, oculta que, al mismo tiempo, por efecto de esas mismas políticas la pobreza se reproduce con más porfía que las supuestas disminuciones de la misma. Por eso, Héctor Béjar cuestiona el informe oficial pues advierte que la metodología aplicada para medir los índices de pobreza, hambre o desnutrición crónica no fue la adecuada.


Y por su parte, Oscar Ugarteche afirma que con ese método, la pobreza habrá desaparecido dentro de 80 años, si se sigue creciendo a un ritmo del 5% anual. Y agregamos que tal vez ello fuera posible si es que en ese lapso no se produjera ningún pobre más. Pero los neoliberales olvidan maliciosamente una elemental reflexión: el juego de suma cero: hay ricos porque hay pobres, la pobreza existe porque existe la riqueza. En el caso de los países subdesarrollados no se puede aplicar la suma no nula: ganancia - ganancia; sino la suma cero: ganancia – pérdida. Es la dialéctica del subdesarrollo que decía Hinkelammert: El subdesarrollo y la pobreza no se pueden explicar sino a través del desarrollo y la riqueza.


Y en ese inefable largo plazo morirán millones de pobres, mientras el obeso presidente y todos los ricos de nuestra patria continuarán repitiendo que la pobreza sigue bajando, que el objetivo del milenio casi se ha cumplido. Pero no hablarán jamás de eliminar la pobreza, sino de reducirla. Nos quieren habituar a un detestable gradualismo, a un paisaje subhumano, y todos, o casi todos, aceptamos esa cínica mentira.

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