domingo, 15 de noviembre de 2009

POETA DE LA ESPERANZA

Vallejo medita, en todos sus libros de poesía, sobre los grandes eventos que acosan, alegran o desesperan al hombre: en primer lugar, sobre el hombre mismo, y también sobre el amor, la muerte, la vida, el dolor, la esperanza, la alegría, el hogar, la justicia, la solidaridad, Dios; y cada uno de un modo tan sorpresivo, irreverente y entrañable, que nos exalta, zarandea y desarticula hasta descubrir nuestra precaria y desnuda pequeñez.

Desde muchas perspectivas se puede hablar de Vallejo; sin embargo, es necesario insistir en recobrar su más raigal interioridad, pues existe una tendencia a presentarlo como un poeta pesimista, inclinado ante la fatalidad, el absurdo y la muerte. Y eso no es cierto. Si escribió sobre “los heraldos negros que nos manda la muerte”, también escribió: “Por la vida, por los buenos matad/a la muerte, matad a los malos/ Hacedlo por la libertad de todos, del explotado y del explotador”, plasmando poéticamente la espléndida parábola hegeliana del amo y del esclavo: La libertad de uno, del esclavo, es condición para la libertad del otro, del amo. Libertad e igualdad: cláusulas de realización humana.

Si dijo: “yo nací un día en que Dios estuvo enfermo, grave”; también exclamó: “me gustaría vivir siempre, así fuese de barriga”, agregando con telúrica fuerza: “De quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de hierba”. Esa hierba que rompe la losa de la sepultura y eclosiona por el impulso irrefrenable de la vida, cual crisálida de mariposa cósmica.

Ama la vida, Vallejo, con porfía la ama: “Vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue”, dice, ¿nos dice?, interpelando la vida nonata de tantos, a pesar de su discurrir aparentemente vital. No, no se inclina Vallejo ante la muerte, ama la vida por sobre cualquier escombro, pero le oprime la condición de quienes nunca vivieron y tienen una muerte que no merecen, porque la muerte verdadera solo se da cuando se ha vivido plenamente.

Platón dijo que el verdadero filósofo medita sobre la muerte. Siglos más tarde Spinoza afirmó que la sabiduría del hombre libre no es una meditación de la muerte, sino de la vida. Vallejo está entre Platón y Spinoza. Y a contrapelo de Heidegger, para quien el hombre es un ser para la Muerte, Vallejo diría que el hombre es un ser para la Vida, a pesar del aguijón de la inexorable Enemiga.

Por eso mismo, Vallejo es el poeta de la esperanza y del amor, pero un amor que se orienta en primerísimo lugar a los pobres, a los desposeídos, a los explotados. Y sólo por ese y en ese amor él concibe la liberación de los oprimidos. Y ello no debe olvidarse, porque no sólo existe la tendencia a presentarlo como pesimista, sino como un poeta que ama a un Hombre sin historia.

Y nuevamente esa esperanza que no ceja: “¡Si la madre España cae —digo, es un decir— / salid, niños del mundo; id a buscarla!...” ¡Sí, id a buscar la esperanza, id a buscar la vida, niños! Y esa esperanza cósmica está en la solidaridad universal, en el hombre que se levanta, en el cadáver que se levanta y se echa a andar, abrazando al primer hombre. Cadáver resucitado por el amor, en un acto de fe laico y trascendente, más allá de cualquier religiosidad. La fe en el amor que mueve, Dante lo dijo, que mueve el sol y las estrellas.

La poesía siempre revela las verdades esenciales. Y si no hay más alta poesía que el ser hombre, no hay más alta humanidad que el ser poeta. Y Vallejo, poeta y hombre, cumplió ambas tareas con agónica plenitud.

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