domingo, 5 de julio de 2009

Los presidentes también lloran

El mismísimo George W. Bush lloró en la llamada zona cero, lugar donde estaban las torres gemelas de Manhattan. Producto de esas lágrimas históricas, el mediocre presidente norteamericano tuvo, dicen las crónicas de entonces, su peak de popularidad, su pico, su cima.
Aquí, también el presidente García ha llorado alguna vez. Todos recordamos cuando lloró al enterarse que el Apra había perdido la Alcaldía de Trujillo. Hasta amenazó, o prometió, ser candidato para recuperar el Municipio trujillano: "He llorado la noche del domingo, porque jamás pensé que se podía perder en la cuna y la tumba de Haya de la Torre. Es una puñalada al corazón.
Se lo digo como hijo de Haya de la Torre. Una puñalada al corazón". Se afirma que es conmovedor ver llorar a un hombre. Y por ello, con discreta medida, los políticos, candidatos a los más altos cargos no sólo alzan tiernamente a los niños, sino que derraman convenientes lágrimas por el sufrimiento del pueblo (votante).
Así, recordamos al candidato García cuando alzaba en sus mullidos brazos a niños pobres. Y vimos cómo les prodigaba caricias y conmovedoras miradas; pero no lo habíamos visto llorar. Sin embargo, después de la masacre de Bagua, cuya responsabilidad mayor le corresponde, nos hemos enterado que el señor Presidente también llora. ¡Es cierto! El aparentemente duro Alan García, el de la feroz patada a un humilde militante aprista, llora. Y lo sabemos por las declaraciones del seráfico y conmovido aún Premier: Ustedes -dijo en la entrevista a Rosa María Palacios- no conocen al Presidente, yo sí lo conozco. Es muy sensible. Yo lo he visto llorar por un hombre que no fue atendido en un hospital y por un niño y?
Era, pues, sensible, sentimental y sensitivo don Alan García, cuando menos en asuntos que se trataban de la política y de su partido. Lo que no sabíamos era que lloraba a menudo, que tenía las lágrimas a flor de párpado, el corazón siempre compasivo, la faz dolorosa y el pañuelo blanco húmedo por el sufrimiento del pueblo. No lo sabíamos. Ahora lo sabemos por esa suerte de profeta alanista que es don Yehude Simon, quien tuvo el privilegio de verle llorar no una sino muchas veces.
Si consideramos que en política no hay nada casual, entonces era necesario generar una imagen contraria a la aparente dureza del presidente García. Y el mensajero de esa buena nueva era nada menos que el amoroso Yehude.
Imaginamos cómo habrá llorado nuestro presidente por la muerte de los nativos y policías en Bagua, o cómo por los muertos del Frontón y por los asesinatos del comando Rodrigo Franco, o por los 69 campesinos destrozados en Accomarca, o por la matanza de los 22 pobladores de Cayara (tasajeados con sus propias herramientas: unos a hachazos, otros con machetes, con segadoras y hasta a golpes de martillo); o cómo llorará por las niñas prostitutas, y por los huérfanos de Ayacucho, y por los desempleados, y por las huachitas serranas, y por los que tienen un sueldo mínimo y mantienen a 6 hijos, y por los niños que aspiran terokal, y por las niñas violadas, raptadas, desaparecidas (hasta imagino que estará llorando por Abencia Meza).
¿Y llorará por la partida de Yehude? Eso sólo lo sabrá el arrepentido primer ministro. En todo caso, ya tenemos una certeza: el señor presidente, señor de la misericordia y de la compasión, siempre atenderá a quienes sufren, y por eso quiere regalar nuestra Amazonía, pues sólo así, dice, saldremos de la pobreza. Lo afirma Alan, cuya garantía son sus lágrimas y los profundos suspiros que le inspira la miseria de nuestro pueblo. ¡Aleluya, beatus Simon, aleluya!

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