domingo, 28 de junio de 2009

La vigencia de César Vallejo

Consultado el diccionario de la Real Academia nos da la siguiente acepción de vigencia: f. calidad de vigente. Y de vigente: adj. Dicho de una ley, de una ordenanza, de un estilo o de una costumbre: Que está en vigor y observancia.
Nos hemos preguntado entonces: ¿plantear la vigencia de César Vallejo no es una reiteración innecesaria? Pues los grandes poetas mantienen un vigor y una fuerza, que con los años se acrecienta y consolida. ¿Acaso no son vigentes, es decir, vigorosos y fuertes, poetas como Dante, Shakespeare, Quevedo, Whitman, Borges o Himet? ¿No es vigente Homero? ¿Y no lo son la poesía y la tragedia griegas, de las que Marx afirmaba mantenían su frescura y se mostraban como modelos a seguir? ¿Y Vallejo no es vigente? ¿No son vigorosos su ejemplo humano y poético? ¿O es un árbol otoñal a cuya sombra nadie se cobija? ¿O su poesía se ha depositado en un muestrario de poemas fósiles? ¿Quizá su mensaje vital es objeto de vagos humanismos, de estéticas idealistas o de grises intensiones de clase en los que ninguno o pocos creen?
Todo ello nos hemos preguntado. Y pronto hemos respondido: Sí, Vallejo es vigente. Y su vigencia la encontramos en su vida, en su pensamiento y en su poesía.
VIGENCIA DE SU VIDA. Vallejo, hombre íntegro, se consumió de amor por el hombre, por el Perú, por los proletarios del mundo. Desde temprana edad empezó a conocer las dificultades económicas que le agobiarían toda su vida. Y ese es su primer mérito. Hoy, y ayer, en la sociedad capitalista, alienada y alienante, mantenerse fiel a sí mismo y a los desheredados del mundo, es realmente heroico. No venderse al mejor postor, no otorgar su primogenitura, su libertad, por un plato de lentejas, de dinero, de fama, de comodidad material, cuando ello es prácticamente norma en nuestro medio, es otra vez valioso. Y si adicionamos la genialidad, es decir, volver fácil esa renuncia para escalar el fuego fatuo de la riqueza, entonces ese mérito se vuelve doblemente ejemplar.
Pero ahí no queda todo, y éste es un segundo mérito, pues Vallejo no sólo ejerció su tarea de ser hombre más o menos piadoso, más o menos democrático, más o menos liberal. No. Vallejo ejerció su tarea de ser hombre asumiendo los riesgos de una posición política que, por sí misma, causa insomnio a los opresores: el socialismo marxista. Y no lo asumió a la moda, es decir reclamándose marxista de manera intelectual, por esnob o por comodidad. Al contrario, lo asumió vital y militantemente, en un momento en que hacerlo era exponerse a todos los peligros de la más feroz represión. Y ese hecho histórico nadie lo puede desconocer y menos quitarle la claridad inobjetable de su realización.
Porque el verdadero hombre, como dijo Martí, "no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber" y "en la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre". Y César Vallejo fue un hombre verdadero, de un digno y humilde decoro, cuya camisa tenía una extraña forma, de tanto usarla: "Hallo una extraña forma, está muy rota/y sucia mi camisa/y ya no tengo nada, esto es horrendo".
Porque si "es necesario hacer de cada hombre una antorcha", Vallejo se incendió totalmente por amor a los desposeídos y su luminoso resplandor debe avergonzar hoy a tantos tránsfugas, a tantos Judas de sueños, de ideales y de utopías.

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