
Hace 23 años murió Jorge Luis Borges. Pocos como él han sido tan admirados en la historia literaria latinoamericana. Y mundial. Porque pocos han sido fieles a su pasión, a una entrega ejemplar al ejercicio literario que produjo una prosa deslumbrante y una poesía trascendente, humanísima, personal y profunda. Convenimos con el propio Borges en que lo mejor de su creación es su poesía. En ella se ratifica el hecho de que es en el ejercicio lirico donde se da la esencia del arte literario; porque la poesía concentra las posibilidades mayores del lenguaje, aunado a la emergencia de los más vitales contenidos.
Quién puede dudar que los versos de sus poemarios “El otro, el mismo” o “Elogio de la sombra”, revelan una perfecta consonancia entre una portentosa capacidad verbal y una reflexión transida de agonía, a veces de júbilo, pero siempre de perplejidad ante los hechos mayores de la existencia: el amor, la muerte, el tiempo, el devenir o su propia sombra:
Mirar el río hecho de tiempo y agua/Y recordar que el tiempo es otro río. / Saber que nos perdemos como el río/Y que los rostros pasan como el agua.
La Academia Sueca le mezquinó el Premio Nóbel. Nadie dudaba que Borges lo merecía por encima de muchos otros. Ahora eso ya no importa. Ello demuestra sencillamente que los premios, incluido el Nóbel, no expresan siempre objetividad ni justicia. Borges diría, tal vez, que se libró a tiempo de ese premio.
Borges, el inmortal, reposa. Su ausencia delata en nosotros una admiración incondicional a su originalísima obra: A sus narraciones que nos pasman, a sus ensayos que ennoblecen la inteligencia humana y a su poesía que nos sobrecoge y nos enriquece sin medida.
Seguramente estas palabras son un espejismo de homenaje, a él, que está más allá del tiempo y del espacio. Y que una mañana de julio de 1969 diría que le estaba vedado pedir, y que el proceso del tiempo es una trama de efectos y de causas, que, en, definitiva, no se podía cambiar.
Ahora, Borges, ya no pides. Sobrevives a la desesperanza y, lo que es más importante, te sobrevives a ti mismo, junto al otro, al Borges inacabable que es tu sombra, que eres tú, el Otro, el Mismo, a quienes, a quien, amaremos siempre en tanto vivamos y amemos.
Quién puede dudar que los versos de sus poemarios “El otro, el mismo” o “Elogio de la sombra”, revelan una perfecta consonancia entre una portentosa capacidad verbal y una reflexión transida de agonía, a veces de júbilo, pero siempre de perplejidad ante los hechos mayores de la existencia: el amor, la muerte, el tiempo, el devenir o su propia sombra:
Mirar el río hecho de tiempo y agua/Y recordar que el tiempo es otro río. / Saber que nos perdemos como el río/Y que los rostros pasan como el agua.
La Academia Sueca le mezquinó el Premio Nóbel. Nadie dudaba que Borges lo merecía por encima de muchos otros. Ahora eso ya no importa. Ello demuestra sencillamente que los premios, incluido el Nóbel, no expresan siempre objetividad ni justicia. Borges diría, tal vez, que se libró a tiempo de ese premio.
Borges, el inmortal, reposa. Su ausencia delata en nosotros una admiración incondicional a su originalísima obra: A sus narraciones que nos pasman, a sus ensayos que ennoblecen la inteligencia humana y a su poesía que nos sobrecoge y nos enriquece sin medida.
Seguramente estas palabras son un espejismo de homenaje, a él, que está más allá del tiempo y del espacio. Y que una mañana de julio de 1969 diría que le estaba vedado pedir, y que el proceso del tiempo es una trama de efectos y de causas, que, en, definitiva, no se podía cambiar.
Ahora, Borges, ya no pides. Sobrevives a la desesperanza y, lo que es más importante, te sobrevives a ti mismo, junto al otro, al Borges inacabable que es tu sombra, que eres tú, el Otro, el Mismo, a quienes, a quien, amaremos siempre en tanto vivamos y amemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario