En el excelente libro Cultura de Paz (1989), auspiciado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y el Ministerio de Educación y publicado por la Comisión Nacional Permanente de Educación para la Paz, se define la violencia “como el uso abierto u oculto de la fuerza, con el fin de obtener de un individuo o grupo (social, económico, político, cultural, familiar, nacional) algo en lo que éste no quiere consentir libremente. Es el uso de la fuerza de unas personas contra otras ya sea para obtener poder político, económico, cultural o social; para atacar los bienes y la libertad humana, para ejercer dominación, para alcanzar fines particulares”.
Se considera los siguientes tipos de violencia: estructural, latente, reactiva vengativa y compensadora. La violencia estructural se produce “cuando la estructura social quita o dificulta la realización de las posibilidades corporales e intelectuales, morales y religiosas de la persona o del grupo de personas. Es la que priva e impide el acceso a bienes y servicios de primera necesidad, la que restringe o anula las posibilidades de procurárselas. De la violencia estructural resulta la injusta repartición de bienes espirituales y materiales entre los miembros de la sociedad, lo cual permite que sólo un grupo, sólo algunos grupos puedan poseer estos bienes”.
Con una mirada atenta, desprejuiciada y de buena fe, nadie podría negar que en nuestro país se desarrolla la violencia estructural desde, por lo menos, la Colonia. Y menos podría atribuirse la exclusividad de la violencia a los grupos subversivos, cuando el monopolio de la violencia siempre la han tenido las clases dominantes, bien sea a través de su poderío económico o a través del ejercicio del gobierno.
La violencia latente es uno de los productos de la violencia estructural y cuyas manifestaciones son múltiples: en el desempleo juvenil; en el hambre, la enfermedad, el analfabetismo; en las estadísticas sobre la esperanza de vida, la mortalidad infantil; el consumo de calorías, el insuficiente desarrollo intelectual; en la paulatina degradación moral: la delincuencia, la corrupción, el alcoholismo, la drogadicción, la prostitución; en la marginación, la humillación, el abandono y la frustración.
La violencia reactiva se emplea en defensa de la vida, de la libertad, de la dignidad o de la propiedad. La finalidad de este modo de violencia es la conservación, no la destrucción. Es defenderse ante el daño que amenaza, ante la fuerza de otro que quiere privar o despojar de algo vital, significativo y moralmente consistente.
Se agregan lúcidos análisis sobre la violencia vengativa y la violencia compensadora. Los autores concluyen señalando que “las violencias reactiva, vengativa y compensadora, son maneras de responder al conflicto, surgen de la violencia estructural y, en muchos casos son manifestaciones de la violencia latente. La violencia es causa y resultado del desequilibrio social”.
Consideramos que es muy clara la tipología de la violencia expuesta, no reduciéndose a las acciones armadas, sino a un amplio espectro de situaciones sociales, económicas y políticas.
Sobre la violencia se ha escrito, pues, profusamente y no podemos afirmar que sea un problema teórico resuelto. Si desde una perspectiva burguesa se consideró que la violencia era la manifestación de grupos resentidos, antidemocráticos, terroristas o comunistas, sin embargo las reflexiones precedentes destruyen la perezosa, fácil, ideologizada y anticientífica concepción que sobre la violencia han tendido siempre los sectores dominantes.
Se considera los siguientes tipos de violencia: estructural, latente, reactiva vengativa y compensadora. La violencia estructural se produce “cuando la estructura social quita o dificulta la realización de las posibilidades corporales e intelectuales, morales y religiosas de la persona o del grupo de personas. Es la que priva e impide el acceso a bienes y servicios de primera necesidad, la que restringe o anula las posibilidades de procurárselas. De la violencia estructural resulta la injusta repartición de bienes espirituales y materiales entre los miembros de la sociedad, lo cual permite que sólo un grupo, sólo algunos grupos puedan poseer estos bienes”.
Con una mirada atenta, desprejuiciada y de buena fe, nadie podría negar que en nuestro país se desarrolla la violencia estructural desde, por lo menos, la Colonia. Y menos podría atribuirse la exclusividad de la violencia a los grupos subversivos, cuando el monopolio de la violencia siempre la han tenido las clases dominantes, bien sea a través de su poderío económico o a través del ejercicio del gobierno.
La violencia latente es uno de los productos de la violencia estructural y cuyas manifestaciones son múltiples: en el desempleo juvenil; en el hambre, la enfermedad, el analfabetismo; en las estadísticas sobre la esperanza de vida, la mortalidad infantil; el consumo de calorías, el insuficiente desarrollo intelectual; en la paulatina degradación moral: la delincuencia, la corrupción, el alcoholismo, la drogadicción, la prostitución; en la marginación, la humillación, el abandono y la frustración.
La violencia reactiva se emplea en defensa de la vida, de la libertad, de la dignidad o de la propiedad. La finalidad de este modo de violencia es la conservación, no la destrucción. Es defenderse ante el daño que amenaza, ante la fuerza de otro que quiere privar o despojar de algo vital, significativo y moralmente consistente.
Se agregan lúcidos análisis sobre la violencia vengativa y la violencia compensadora. Los autores concluyen señalando que “las violencias reactiva, vengativa y compensadora, son maneras de responder al conflicto, surgen de la violencia estructural y, en muchos casos son manifestaciones de la violencia latente. La violencia es causa y resultado del desequilibrio social”.
Consideramos que es muy clara la tipología de la violencia expuesta, no reduciéndose a las acciones armadas, sino a un amplio espectro de situaciones sociales, económicas y políticas.
Sobre la violencia se ha escrito, pues, profusamente y no podemos afirmar que sea un problema teórico resuelto. Si desde una perspectiva burguesa se consideró que la violencia era la manifestación de grupos resentidos, antidemocráticos, terroristas o comunistas, sin embargo las reflexiones precedentes destruyen la perezosa, fácil, ideologizada y anticientífica concepción que sobre la violencia han tendido siempre los sectores dominantes.
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