Hay una evidente relación entre pobreza, violencia y democracia, pues la pobreza acrecentada en América Latina, siendo ella misma violencia, sigue incubando respuestas violentas desde abajo y esta violencia pone en peligro los avances y la consolidación de la democracia.
Por ello, limitarse a la pura representación es completamente insuficiente para hablar de democracia, y más aún si esta representación está mediada por élites poderosas que usan y abusan de los procedimientos formales acorde con ingentes manejos financieros y económicos en los procesos electorales, siendo una realidad lo que Gaetano Mosca aseveró en el sentido de que los ciudadanos no eligen a los diputados, sino que éstos se hacen elegir por aquellos.
Por eso, tiene razón Federico Mayor, cuando al citar a Gandhi, considera que "la pobreza es la peor forma de violencia porque hace patente la injusticia", agregando que la pobreza no sólo es de recursos básicos, de alimentos, de vivienda, de vestidos, de conocimiento, sino también es una pobreza de futuro, una pobreza de expectativas.
La democracia peligra tanto en su concepción como en su método y su correspondiente práctica, cuando las masas se encuentran en una sociedad paralizada por una economía de penuria. O como dice el cientista chileno Norbert Lechner: "El drástico aumento de la extrema pobreza y del sector informal se vuelve explosivo-subversivo porque es vivido como una exclusión con relación a una noción, por cierto difusa, de comunidad”.
Así también el gran politólogo argentino Atilio Borón afirma: "La democracia no convive pacíficamente con los extremos; el exceso de pobreza y su contraparte, la ostentación de la plutocracia, son incompatibles con su efectivo funcionamiento. Si los pobres se transforman en indigentes y los ricos en magnates, la democracia primero se paraliza, luego se convierte en una farsa”. Hasta el ex-Secretario General de la OEA, Joao Baena Soares, afirmó: "La magnitud intolerable del empobrecimiento es testimonio irrefutable de injusticia, y la creciente pobreza se opone a la consolidación de la democracia”
En nuestro país, la Comisión de la Verdad y Reconciliación es muy clara al respecto cuando señala en su Informe Final: “Sin cubrir las mínimas condiciones de existencia, un país no tiene posibilidades de afirmar la democracia y la ciudadanía, puesto que su población se ve imposibilitada de desarrollar sus propias capacidades. La construcción de la ciudadanía y de la democracia supone el ejercicio de la libertad, la cual se ve severamente coartada o eliminada en condiciones de pobreza y de pobreza extrema. Con una dramática mayoría de peruanos que se debaten en la miseria es muy difícil construir ciudadanía, democracia y sentar las bases para la reconciliación.”
¿Por qué cerramos los ojos a esta realidad incontestable en nuestro país y en América Latina? ¿Qué intereses, qué factores personales, sociales, psicológicos, económicos o de otra índole perturban patológicamente nuestra objetividad?
Por ello, limitarse a la pura representación es completamente insuficiente para hablar de democracia, y más aún si esta representación está mediada por élites poderosas que usan y abusan de los procedimientos formales acorde con ingentes manejos financieros y económicos en los procesos electorales, siendo una realidad lo que Gaetano Mosca aseveró en el sentido de que los ciudadanos no eligen a los diputados, sino que éstos se hacen elegir por aquellos.
Por eso, tiene razón Federico Mayor, cuando al citar a Gandhi, considera que "la pobreza es la peor forma de violencia porque hace patente la injusticia", agregando que la pobreza no sólo es de recursos básicos, de alimentos, de vivienda, de vestidos, de conocimiento, sino también es una pobreza de futuro, una pobreza de expectativas.
La democracia peligra tanto en su concepción como en su método y su correspondiente práctica, cuando las masas se encuentran en una sociedad paralizada por una economía de penuria. O como dice el cientista chileno Norbert Lechner: "El drástico aumento de la extrema pobreza y del sector informal se vuelve explosivo-subversivo porque es vivido como una exclusión con relación a una noción, por cierto difusa, de comunidad”.
Así también el gran politólogo argentino Atilio Borón afirma: "La democracia no convive pacíficamente con los extremos; el exceso de pobreza y su contraparte, la ostentación de la plutocracia, son incompatibles con su efectivo funcionamiento. Si los pobres se transforman en indigentes y los ricos en magnates, la democracia primero se paraliza, luego se convierte en una farsa”. Hasta el ex-Secretario General de la OEA, Joao Baena Soares, afirmó: "La magnitud intolerable del empobrecimiento es testimonio irrefutable de injusticia, y la creciente pobreza se opone a la consolidación de la democracia”
En nuestro país, la Comisión de la Verdad y Reconciliación es muy clara al respecto cuando señala en su Informe Final: “Sin cubrir las mínimas condiciones de existencia, un país no tiene posibilidades de afirmar la democracia y la ciudadanía, puesto que su población se ve imposibilitada de desarrollar sus propias capacidades. La construcción de la ciudadanía y de la democracia supone el ejercicio de la libertad, la cual se ve severamente coartada o eliminada en condiciones de pobreza y de pobreza extrema. Con una dramática mayoría de peruanos que se debaten en la miseria es muy difícil construir ciudadanía, democracia y sentar las bases para la reconciliación.”
¿Por qué cerramos los ojos a esta realidad incontestable en nuestro país y en América Latina? ¿Qué intereses, qué factores personales, sociales, psicológicos, económicos o de otra índole perturban patológicamente nuestra objetividad?
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