domingo, 11 de octubre de 2009

León Bloy

Fue uno de los cuatro o cinco escritores que Borges admiró con desmesura. También lo admiraron Jacques y Raisa Maritain. Rubén Darío dijo que Bloy fue el escritor mejor dotado de su generación. De él dijo Borges: "León Bloy, coleccionista de odios, no excluyó de su amplio museo a la burguesía francesa. La ennegreció con lóbregas tintas que justifican el recuerdo de los sueños de Quevedo y de Goya. No siempre se limitó a ser un terrorista; uno de sus más curiosos relatos "Les captivs de Lonjumeau" prefigura asimismo a Kafka. El argumento puede ser de este último; el método feroz de tratarlo es de Bloy, Nuestro tiempo ha inventado la locución "humor negro"; nadie lo ha logrado hasta ahora con la eficacia y la riqueza verbal de León Bloy".
Nació y murió en Francia. (1846-1917). Fue un admirable converso. Vivió su fe con absoluta pasión. Le fue dado un amor desmedido y la clarísima conciencia de que el cristianismo se vive plenamente o es una trágica farsa. No comprendió a los cristianos mediocres. Por ello fue odiado, pero también amado. Dijo lo que tenía que decir sin pensar en que lo que decía podría serle perjudicial. No era un poeta calculador, no escribía por encargo ni pensando en satisfacer al poder establecido. Decir lo que dijo le costó el silencio conspirativo de sus contemporáneos. Le cerraron espacios, medios y lo desterraron de la república de las letras.
Convertido ya al catolicismo, su atormentada voz fue agudísima lanza para derribar la pretensión burguesa de muchos católicos fariseos, adocenados, repetitivos, explotadores, Combatió con amargo dolor, pero con apasionado amor, a obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas que se inclinaban, abyectos, ante del dinero. Dijo de algunos sacerdotes que eran comerciantes, mercaderes capaces de producir, con espíritu de avaricia; y eran presuntos, sórdidos religiosos.
He aquí algunos de sus juicios: "¿Qué decir de los idólatras innumerables entre los que sería injusto no contar a los católicos tradicionales atrincherados en la seguridad inconmovible de que son seleccionados, grano a grano, como un trigo de eucaristía, y de que la penitencia no es para ellos?. El ídolo de los católicos honorables a los que acabo de hacer referencia, es precisamente la misma Cruz, pero cargada por ellos sobre el corazón del Pobre. Si fuera menester que tuvieran que llevarla a cuestas, los católicos renegarían de ella. Sin ese peso, ellos la adoran". Magnífico retrato de los cristianos ricos: esos negadores de la Cruz, del sufrimiento de los pobres, a quienes hacen cargar la deshumanizante cruz de la miseria, ¡esa misma cruz que la llevan de oro en el pecho!
Se proclamó "peregrino de lo absoluto". Y dirigiéndose a la madre de Cristo, le decía: "Mirad ahora, el pobre instrumento que soy. Víctima como Vos de la conspiración del silencio, desde hace veinte años tengo la boca de tal modo sellada, que sólo y apenas puedo comer. Soy una legaña en el ojo de los contemporáneos. Los más viles enemigos de Dios se creen con derecho a despreciarme, y los amigos declarados del mismo Dios, son amigos de mis enemigos". Y dijo que sólo había una tristeza: la de no ser santos.
Voces mesuradas lo consideran hoy un profeta perdido en el siglo XIX, "un loco de Dios". Otras voces de su tiempo lo mandaron a lavar platos, (como a Vallejo, don Clemente, a pelar papas). ¿Quién se acuerda de ellos, de los soberbios mandantes? Pero León no podía lavar platos. ¿Puede un risueñor no cantar? ¿O el agua dejar de correr? Si el ruiseñor no canta, muere. Si el agua no fluye, se pudre. Fue León un profeta que cantó la cólera de Dios, fue el agua que a borbotones de tempestad arrasó el fariseísmo. Pero no se crea que fue un soberbio. No. Dijo de èl mismo: "Estoy demasiado maculado, harto distante de la inocencia, sumamente cerca de los lodos, necesitado en extremo de perdón".
Todos necesitamos ser perdonados, querido León. Y tú, que, por no claudicar, viste morir lentamente de hambre a uno de tus hijos; tú, que amaste la Verdad y amaste al Pobre, a los pequeños de este mundo; tú, leoncillo de Dios, estarás remojando las barbas de tu Esperanza en esa infinita pradera donde hay una eviterna fiesta para todos los pobres que tanto amaste.

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