domingo, 9 de agosto de 2009

Cultura política y ciudadanía

Los ciudadanos que están vagamente conscientes de la existencia del gobierno central y no se consideran capacitados para incidir en el desarrollo de la vida política nacional, entonces poseen una cultura política parroquial, propia de sociedades tradicionales, en las que falta una sólida integración nacional.
En cambio, aquellos que están conscientes del sistema político nacional, pero se consideran subordinados del gobierno, más que participantes del proceso político, y, por tanto, solamente se involucran con los productos del sistema, es decir de las medidas y políticas del gobierno, y no con la formulación y estructuración de las decisiones y las políticas públicas, entonces poseen una cultura política subordinada.
Finalmente, aquellos que tienen conciencia del sistema político nacional y están interesados en la forma como opera, y consideran que pueden contribuir con el sistema y que tienen capacidad para influir en la formulación de las políticas públicas, entonces tienen una cultura política participativa.
Un ciudadano cabal es aquel que posee una cultura política participativa, se interesa por los asuntos públicos, por la cosa pública (res publica), y no permite ser utilizado cada cierto tiempo como objeto votante por los políticos y partidos, cualquiera sea su denominación o ideología.
Ciertamente, los pensadores elitistas consideran a los ciudadanos incapaces de participar en los asuntos del Estado, pues, para ellos, son los dirigentes quienes deben asumir esa tarea. Así razonan determinados teóricos como Gaetano Mosca o Robert Michels. El primero afirma, con acento aristotélico redivivo, que "no puede haber organización humana sin jerarquía, y cualquier jerarquía exige necesariamente que algunos manden y otros obedezcan". Por su parte, Michels, famoso por la Ley de Hierro de la Oligarquía, sostiene que "tanto en autocracia como en democracia siempre gobernará una minoría", agregando que en las revoluciones democráticas "no son las masas las que han devorado a sus líderes sino los jefes son los que se han devorado entre sí con la ayuda de las masas", y que en una democracia "el único derecho que el pueblo se reserva es el privilegio ridículo de elegir periódicamente un grupo de amos". No es casual, pues, que este pensador apoyara al fascista Mussolini.
Estas concepciones antidemocráticas, negadoras de una ciudadanía participativa, son las que practican aquellos que poseen una cultura política parroquial y, en menor medida, por los que poseen una cultura política subordinada. Es indudable que a los políticos conservadores o neoconservadores, les resulta grata esa situación y más bien se incomodan profundamente cuando la ciudadanía desarrolla una cultura política participativa, porque ello significa permanente fiscalización, iniciativas, proyectos, demanda de transparencia, movimientos revocatorios de las autoridades ineficientes, incapaces o corruptas.
Por eso, Alan García, lleno de ira, calificó a los nativos de la Amazonía como ciudadanos de segunda categoría, negándoles el derecho a la participación, a ocuparse de los asuntos públicos, a exigir el mínimo respeto a sus demandas. Claro, al satisfecho presidente le hubiera gustado lo contrario: la paciente espera, la cerviz agachada, la ocupación doméstica tan solo.
Pero no, ni García ni otros políticos derechistas han de impedir que los ciudadanos asuman cada vez más una participación combativa, porque han comprendido que sólo a través de la lucha y la movilización constantes se lograrán los derechos secularmente negados a sucesivas generaciones de peruanos.
La tipificación sobre cultura política la debemos a Jacqueline Peschard ("La cultura política democrática", México, 1994)

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