domingo, 14 de junio de 2009

De tránsfugas y traidores: De Eudocio Ravines a Yehude Simon

Si hay alguna actitud y gesto que la sana ética del pueblo no comprende ni perdona, es la de los tránsfugas y traidores.
aquiavelo afirmaba que la traición es el único acto de los hombres que no se justifica. Y agregaba: "los celos, la avidez, la crueldad, la envidia, el despotismo son explicables y hasta pueden ser perdonados, según las circunstancias; los traidores, en cambio, son los únicos seres que merecen siempre las torturas del infierno, sin nada que pueda excusarlos".
Un siglo y medio antes, el autor de la Divina Comedia, Dante Alighieri, había colocado a Judas en el noveno círculo del infierno, devorado eternamente por el Maldito.
Judas (el traidor por antonomasia), Bruto (apuñaló a su padre adoptivo Julio César), Petain y Quisling (colaboracionistas de los alemanes hitlerianos) y Benedict Arnold V (dirigió a los británicos contra sus compatriotas en la guerra de la independencia norteamericana), son algunos famosos traidores que denigran la condición humana y la noble acción política.
En el Perú, Eudocio Ravines, el traidor, ya entregado totalmente a la Central de Inteligencia Americana (CIA), escribió jubiloso en "La gran estafa".
«La alegría me estallaba dentro porque me marchaba del país del socialismo, a donde llegué la primera vez con unción y favores de cruzado. Esa alegría era el funeral de mi fe y el saludo a la libertad. Iba a volver a ser libre, pero no bajo el socialismo, sino en el mundo capitalista al que tan fieramente había combatido. Iba a saltar la línea que separaba a los dos mundos y la idea de ese salto sacudía la ínfima partícula de mis nervios.»
Estas palabras también retratan a Yehude Simon Munaro: estuvo en las hondonadas socialistas, donde tenía la unción de un verdadero cruzado; juró en nombre del pueblo cuando fue diputado izquierdista o director de la revista "Cambio", pero pronto su alegría solidaria fue el funeral de su fe, y prefirió, como otros renegados, la libertad, usando ésta como pretexto para abjurar de sus promesas e ideales, traicionando las esperanzas de muchos que vieron en él a alguien que luchaba por los pobres, los marginados y los olvidados de nuestra patria.
Y con la pasión de un converso pidió indulto para los militares implicados en torturas, violaciones, desapariciones y otros delitos de lesa humanidad; y más pronto todavía abrazó el sangrante pecho del capitalismo salvaje, al que tan fieramente había combatido; y saltó, cruzando la línea que separaba los dos mundos, y como un nuevo iluminado, sacudido hasta la más ínfima partícula de sus nervios, se entregó a su nueva fe: el mercado total, aupado en los hombros y en la risilla soberbia de su nuevo amo: Alan García. Y aceptó, desvergonzado, ser su Premier, en medio del escándalo de la corrupción aprista.
Y entonces, el Perú entero miró perplejo cómo Yehude Simon Munaro, el radical de una patria libre que jamás soñó, observaba embelesado a Alan García Pérez cuando justificó la matanza de Bagua, y cómo este mismo Yehude, igual que el caballo vallejiano, a cada palabra del señor presidente, movía la cabeza diciendo sí, está bien, y otra vez sí, en una suerte de gestualidad reptiloide y servil; enajenado, abierta e ineluctablemente, al aprismo más cínico y rastrero, es decir, al capitalismo más voraz, vampírico y criminal de nuestra reciente historia.
Y eso es todo. Lástima por aquellos que alguna vez creyeron la pantomima socialista de este político traidor, de este libretista segundón de la derecha más cavernaria, de este condotiero de la triple alianza: el fujimorismo, la unidad nacional y el aprismo. Realmente, pocas veces se ha visto en la historia peruana tal descomposición espiritual, ética y política.

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