Próxima ya la sentencia contra el ex dictador Alberto Fujimori, nadie puede argüir olvido o indiferencia. Nadie puede disimular, menos aprobar cualquier intento por impedir que se le condene. Sólo los corruptos totales podrían afirmar que el genocida ignoraba lo que sucedía en su entorno inmediato y mediato. Era el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, de los servicios de inteligencia y de todo el sistema de poder en el país. Nada de lo que pasaba era ajeno a su control. El Fiscal Avelino Guillén lo ha expresado con absoluta claridad y ejemplar coraje: El genocida debe ser sentenciado sin atenuantes.
El Poder Judicial, tan venido a menos por la corrupción que florece en sus predios, tiene la oportunidad histórica de resarcirse una pizca de su opaca y maloliente actuación, porque siempre está muy presto a condenar a inocentes, a coimear, ¡aunque sea cien solcitos!; pero lentísimo, con botas de dólares, para condenar a los poderosos.
El pueblo peruano así lo espera. Y la tarea urgente hoy es que se divulgue por todos los medios posibles la exigencia de esa condena Los maestros de todos los niveles deben informar con transparencia a sus alumnos sobre estos acontecimientos. ¿De qué otro modo podríamos llamarnos educadores? ¿De qué valores hablamos entonces? Es muy elegante, y calma la buena conciencia, perorar sobre la educación en valores. ¡Me joden los valores!
El valor supremo de la vida pierde sentido si agachamos la mirada y no denunciamos a los que matan, torturan, violan. El valor de la democracia es una palabra prostituta, si no la construimos en base a la justicia que es fundamento de la paz, porque no la hay sin aquella.
Y el Perú entero espera una sentencia ejemplar. ¿Todo el Perú? No, no todo. No la esperan los comechados fujimoristas, los boloñas, los tudelas, los boloñitas ni la soldadesca corrupta que sigue robando gasolina y jineteando, jocunda y desvergonzada, en el caballo de Pizarro. No la esperan en su fuero íntimo los mantillas ni los garcía, porque pesa más el paraíso artificial del poder, la gloria evanescente y putrefacta, miasma que pulula en los corredores de los Pasos Perdidos que llegan siempre a Palacio de Gobierno. ¿O palacete?
Pero sí esperan esa sentencia los pobres de este país contradictorio. La esperan los campesinos, los sin techo, los despojados, los despedidos, las violadas, las tetas asustadas, los niños saltimbanquis, las adolescentes prostituidas y las madres de los estudiantes asesinados por Martin, por Kerosene y su horda de sicarios. Porque no podemos olvidar ni perdonar tanto delirio de sangre y de poder. No, no podemos, no debemos hacerlo. El Perú entero debe ser un solo grito: ¡NI OLVIDO NI PERDÓN!
El Poder Judicial, tan venido a menos por la corrupción que florece en sus predios, tiene la oportunidad histórica de resarcirse una pizca de su opaca y maloliente actuación, porque siempre está muy presto a condenar a inocentes, a coimear, ¡aunque sea cien solcitos!; pero lentísimo, con botas de dólares, para condenar a los poderosos.
El pueblo peruano así lo espera. Y la tarea urgente hoy es que se divulgue por todos los medios posibles la exigencia de esa condena Los maestros de todos los niveles deben informar con transparencia a sus alumnos sobre estos acontecimientos. ¿De qué otro modo podríamos llamarnos educadores? ¿De qué valores hablamos entonces? Es muy elegante, y calma la buena conciencia, perorar sobre la educación en valores. ¡Me joden los valores!
El valor supremo de la vida pierde sentido si agachamos la mirada y no denunciamos a los que matan, torturan, violan. El valor de la democracia es una palabra prostituta, si no la construimos en base a la justicia que es fundamento de la paz, porque no la hay sin aquella.
Y el Perú entero espera una sentencia ejemplar. ¿Todo el Perú? No, no todo. No la esperan los comechados fujimoristas, los boloñas, los tudelas, los boloñitas ni la soldadesca corrupta que sigue robando gasolina y jineteando, jocunda y desvergonzada, en el caballo de Pizarro. No la esperan en su fuero íntimo los mantillas ni los garcía, porque pesa más el paraíso artificial del poder, la gloria evanescente y putrefacta, miasma que pulula en los corredores de los Pasos Perdidos que llegan siempre a Palacio de Gobierno. ¿O palacete?
Pero sí esperan esa sentencia los pobres de este país contradictorio. La esperan los campesinos, los sin techo, los despojados, los despedidos, las violadas, las tetas asustadas, los niños saltimbanquis, las adolescentes prostituidas y las madres de los estudiantes asesinados por Martin, por Kerosene y su horda de sicarios. Porque no podemos olvidar ni perdonar tanto delirio de sangre y de poder. No, no podemos, no debemos hacerlo. El Perú entero debe ser un solo grito: ¡NI OLVIDO NI PERDÓN!
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