domingo, 20 de septiembre de 2009

Sonia Lecca: In memoriam

No la conocí, pero supe de ella por sus colegas y alumnas. Todos decían que era buena, con seguridad lo fue. ¿Esperó la muerte, tan traidoramente acaecida? Nadie la espera. Porque el amor y la muerte, esos amigos-enemigos, siempre nuevos, siempre viejos, son radicalmente inesperados. Y entonces el uno, cuando llega, trastoca, desquicia, destroza, ilumina, alegra, atormenta. ¿No decía la Mistral que el amor es amargo ejercicio, un mantener los párpados de lágrimas mojados? Y la muerte también trastoca, desquicia, pero sin retorno, sin reverso, sin atenuantes, pero con alevosía.


Nadie espera cantando a la muerte, porque hacerlo es locura de amor, la misma que padeció, dicen las buenas lenguas de la tradición, el pobre de Asís, aquel que bailaba impulsado, a su pesar, por las ráfagas impetuosas del Amor.


No esperó la muerte Sonia, la maestra de Santa Rosa, pero la Innombrable la buscó en la Samarcanda de sus sueños. Besó, la Enemiga, la sonrisa de Sonia, la enamoró tempranamente y la llevó en una hoja blanca por las llanuras de la Eternidad, a ser una con el amanecer-anochecer de la Vida, a conocer el lecho donde duermen los relámpagos o el bosque de los arcoíris que se mueven inagotables, fascinados por su propio resplandor.



Las palabras ya no dicen nada. Sólo el amor puede exhalar un esperanzado suspiro. ¿No son amigos-enemigos el amor y la muerte? ¿No pidió la apasionada Teresa de Jesús la muerte, por amor, y moría porque no moría? Pero nosotros, tan leves mortales, tan afanosos y desesperados, no pedimos la muerte, como no lo pidió Sonia, porque amaba a sus hijos y la vida le fue corta para que su amor se manifestara en el breve tiempo que le cupo transitar.



Ha partido, Sonia Lecca, una gran maestra del venerable colegio Santa Rosa. El Ángelus, que siempre musitaban alumnas y profesores, padres de familia y trabajadores, se volverá a decir cada medio día y cada tarde. Y entre temblorosos párpados y rumorosos cabellos, mientras se desgranan las cuentas del Rosario, la maestra Sonia, la que partió sin avisar, la que ya navega entre ríos perpetuamente iluminados, paseará por los patios de Santa Rosa, dialogando con las alumnas, que se han de preguntar en qué país de los sueños, ahora, Sonia, dice el Ángelus definitivo.

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